Dentro de la iconografía del siglo XX resaltan, sin duda, las imágenes excitantes de la llegada a la luna. Años de duro trabajo, tanto en el terreno técnico como en psicológico, fueron necesarios para conquistar nuestro satélite. Todo ello fue el fruto maduro de un desarrollo científico y técnico sin precedentes hasta entonces, propiciando un paso de gigante en la exploración del universo junto a innumerables aplicaciones para nuestra vida diaria.

A medida que avanzamos en el siglo XXI el hambre de conquista no se detiene y ya Marte se perfila como un objetivo realista para incluso asentamientos humanos. De hecho, y ante la llamada a viajar hacia el planeta rojo han sido muchas las personas interesadas en ser pioneros sin billete de vuelta hacia la tierra. Algunas hipótesis fundamentadas apuntaban que bastantes personas de las candidatas tenían cuadros depresivos, vacío y una profunda orfandad de sentido de vida. Otros, simplemente, seguían su voraz inquietud de aventura.
La propia O.M.S. (Organización Mundial para la Salud) señala que en el siglo XXI la enfermedad más común en occidente será la depresión. Quizás, el contrapeso o mejor dicho el peaje que estamos pagando como sociedad tecnificada y de conquistas astronómicas en el campo científico sea una epidemia de insatisfacción individual y colectiva. La cantidad de psicofármacos que se toman en occidente puede desvelar parte de esta insatisfacción vital. Y desde otro plano, la urgente necesidad de maquillar, diluir o evitar cualquier sensación displacentera con muchos de los artefactos que la propia ciencia nos otorga apunta cierta huida de nosotros mismos.

Pero, podemos parar y preguntarnos con Lem, protagonista en el libro Solaris
¿Hemos pretendido salir demasiado pronto a descubrir y colonizar el espacio exterior, cuando todavía queda mucho de nuestro espacio interior por descubrir y entender?
¿Quién sabe?, pero es posible que sea ya tiempo de educar con mayor intención en conquistarnos a nosotros mismos, de cultivar una inteligencia emocional e interpersonal que pueda contribuir a un planeta más habitable. En ello nos va la vida, literalmente.
La invitación, desde este rincón minúsculo de la gran ola espacio-tiempo no es surfear por nuestro planeta interior como lo hacemos por internet, sino bucear en las profundidades, reconociendo el paisaje, aceptándolo y relacionándonos amablemente con él. Para ello es recomendable, como en cualquier exploración, cultivar una mirada de principiante. Dejar fuera de nuestra mochila, los prejuicios y expectativas que suelen acompañarnos en cualquier viaje turístico empaquetado y programado. Acostumbrarnos a saborear y soltar, a disfrutar y dejar ir, a marearnos en el propio trayecto y también pasar página, recordando que nada es permanente, que todo pasa. Y que solo el momento presente en el viaje es el verdadero regalo, sin tener que llegar a ningún sitio en concreto.
Y a eso nos invitamos, a mirar el núcleo de nuestro planeta interno como si viajáramos al centro de la tierra. Pero antes de ello te invito a reflexionar.
¿Recuerdas lo sugerente que resulta descubrir como en el interior de la tierra, justo en el centro se fragua, a partir del movimiento del hierro fundido, el magnetismo terrestre? Esa energía emanada desde el centro hacia la atmósfera es la gran pantalla protectora de las radiaciones solares que son amablemente desviadas por acción del magnetismo. En ese bombardeo exterior, únicamente el trabajo armonioso del núcleo nos permite estar vivos como planeta y continuar con nuestras vidas como si nada pasara. Quizás, solo la acción interna, profunda y central nos pueda proteger del bombardeo exterior.
Y en estos momentos de interferencias externas marcadas por un sinfín de estímulos que no tenemos tiempo para procesar y por tanto de protegernos, podemos cultivar nuestro núcleo del planeta interno de la mano del mindfulness. Pero ¡atención!, la hiperconectividad a partir de los dispositivos tecnológicos puede cercenar nuestras posibilidades de conectar con nuestro centro. Tan solo tenemos que recordar que una de las acepciones de pantalla según la RAE (Real Academia Española) se refiere a una superficie que serviría de protección, separación o barrera. Si bien la pantalla del magnetismo terrestre, a la que hacíamos alusión antes, nos protege de las radiaciones solares, las pantallas de nuestros móviles, tablets, etc. pueden convertirse en un escudo inexpugnable frente a la conexión con nuestro centro y con el centro de los demás. Por ello, te invito a mirar esta pantalla solo como un medio para conectar contigo, con una actitud de viajero curioso que explora su propio núcleo y que no se queda atrapado mirando el dedo que apunta a la luna.
El mindfulness será nuestro vehículo estelar. Y una vez que te familiarices con sus rudimentos podrás enseñar a otros a conducirse con este maravilloso vehículo. Por todo ello y como primer paso, quizás pequeño, pero gigante para tu humanidad sea el parar y asomarte a tu núcleo. Solo te invito a que entornes los ojos, respires y mires hacia dentro durante unos segundos. Percibe lo que hay sin juicio, ¿Qué pensamientos aparecen? ¿Qué emociones? ¿Hay alguna sensación corporal? Acepta todo ello y respira con ello. Has comenzado tu propio viaje a tu planeta interior.
A partir de este momento te ofreceremos algunas coordenadas en la utilización del mindfulness que te puedan orientar. Aunque recuerda que el mapa no es exactamente el territorio. Y que tu territorio es único y repleto de maravillosas sorpresas. Merece adentrarnos en las topografías recónditas de nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestros automatismos con la única intención de ser quienes somos.
¡Vamos!, si te asustas tan pronto ¿qué dejarás para más tarde? Julio Verne (Viaje al centro de la tierra)
¡Buen viaje!
